Cada año, en Octubre, volvemos una y otra vez sobre aspectos de la vida
del Comandante Ernesto Che
Guevara – Che-, en ocasiones más o menos conocidos, en otras reiterados y
en muy pocas inéditos; pero siempre pendientes de que cualquier detalle, sobre el
Guerrillero heroico, pueda ser revelador
de la vida de un hombre excepcional, que trascendió las fronteras de su tiempo.
Hoy evoco su humildad, cuando en octubre de 1958 arribó a las montañas del Escambray al mando de la
Columna Número 8 Ciro Redondo, para
llevar a cabo la lucha guerrillera en la zona central del país.
También rememoro su exigencia como Ministro al triunfo de la Revolución
en 1959. En esos primeros años surgió el Ministerio de Industrias, y como su
titular fue nombrado el Che.
Admiro su estirpe internacionalista cuando en 1965 decidió incorporarse
a la lucha armada en el Congo para contribuir a la liberación de ese país
africano, junto a cientos de cubanos entre los que se encontraba el doctor
Rafael Zerquera; o en la lucha guerrillera en Bolivia, junto Leonardo Tamayo
Núñez, quien después sería uno de los tres únicos sobrevivientes cubanos de la
heroica contienda.
Hablar del Che, es hablar del hombre de carne y hueso, no del ícono, ni
la figura mística. Es hablar de sus ataques de asma que le impedían comer desde
que era niño, pero cuando estaba bien devoraba los alimentos. De la conocida
anécdota de la lata de leche condensada que compartió en varios momentos con
sus compañeros, del gustado café amargo, o el mate, que su tía Beatriz
conseguía enviarle desde Argentina hasta la Sierra Maestra. De los días sin
comer y de un desgaste físico y psicológico atroz, reseñados en su diario de
campaña en Bolivia, seguidos de comilonas de puerco asado con maíz, o el charque
(carne seca al sol) y sus gusanos -uno de los platos principales-, junto con la
carne de los caballos que irremediablemente tenían que sacrificar para combatir
el hambre.
El Che fue precursor de las Brigadas internacionalistas médicas de hoy.
Cuenta Zerquera, que en el Congo, como médico integrante de la columna
internacionalista de Che, recibió la orden de prestar asistencia médica a sus
compatriotas heridos y enfermos, e incluir en su quehacer profesional la
atención preventiva y terapéutica a la población civil.
Guevara fue un visionario permanente del inminente peligro que ceñían sobre
Nuestra América los Estados Unidos. En su diario en Cuba escribió: “En este
afanoso oficio de revolucionario, en medio de luchas de clases que convulsionan
el continente entero, la muerte es un accidente frecuente”. En el de Bolivia
dijo: “He llegado a los 39 y se acerca inexorablemente una edad que da qué
pensar sobre mi futuro guerrillero; por ahora estoy entero”.
Y con esa entereza desapareció físicamente el Che, aquel 9 de octubre de 1967, a la 1:10
p.m., en la escuelita de un pequeño pueblo boliviano llamado La Higuera.
Hoy a 45 años de aquel fatídico día, debemos recordarlo como el hombre excepcional que trascendió las
fronteras de su tiempo.
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